Ferretería
En la ferretería del barrio nunca tienen lo que pido. No sé si porque lo que ideo en mi cabeza como soluciones acaba siendo hinchapelotez o porque alguna treta del universo se inmiscuye en mis menesteres más cotidianos. Tomo la bolsa de friselina antiecocidio —aunque sé que me va a costar decir que no me dé bolsita, que lo mando ahí nomás—, y vuelve igual de doblada, sofocada por mi axila. No me queda. Siempre es “me viene mañana” o “la semana que viene” —No puedo evitar el recuerdo de los cartelitos que la van de simpáticos, “Hoy no se fía, mañana sí”—, y me da culpa, porque siento que boludeo al ferretero, como si le estuviera pidiendo que me explique el mecanismo de las renuncias del gabinete presidencial; si Fernández es o no un “mequetrefe”; si tiene por casualidad un reflector solar que cubra más o menos los metros de mi patio. Me mira cómo “otra vez, ¿Qué sos, pelotudo?”. Pido solo los tornillos, los pone en una bolsita de nylon y escapo hasta casa.
Me pregunto si Alberto Fernández está atrincherado, como dice el audio de Fernanda Vallejos. Pienso en mi viejo con el barro hasta las rodillas cagado de frío vigilando la frontera. Una carpa y un pozo. ¿Será el barro de Alberto la misma falta de creatividad, de opciones, que tiene el ferretero del barrio? ¿Ignorancia, poca voluntad, para atender un reclamo tan viejo y actual? No contamines; estoy cansado de pensar en fin de mes.
Todo lo que representa me da bronca. Porque si lo tengo cerca soy un poco más feliz que tratando de llegar a los otros negocios, no voy a negarlo, pero no dejo de preguntarme ¿Hasta cuándo todo va a depender de la buena predisposición? Que alguien le avise a mi viejo para que baje la guardia. No hace falta, acá se despanzurran por otra cosa. Parece que basta con que tengas tornillos para ladrillo hueco, electrodos y cuchara de albañil. Lo otro es lujo. Lo que vos querés “llega mañana”, “la semana que viene”.
—Da gracias que en la mano llevás tarugos y no un F.A.L.
¡Y doy gracias!, soy más feliz de a pie, votando sin miedo, con la posibilidad de las vacaciones, el aguinaldo y la jubilación. Pero hoy no cobro jubilación, ni aguinaldo ni tengo ferretería. Vivo en la periferia de la periferia, donde Buenos Aires pierde el cartel de Gran.
@ciclolila
en el Centro Cultural Semilla (Don Torcuato)
09/10/2021
El patio, atrás
y abajo. Un escenario de tablones que no combinan, pero sí. Un asiento entre
los demás, porque las colchonetas sobre pallets vayan y pase, hasta un banco de
escuela es lógico, pero ese era el asiento: un carrito de super sin
ruedas, de verde agua con cascaritas, cortado del lado del mango (la espalda
del carrito), con muescas a modo de apoyabrazos —forzadas a recorte de los
fierritos superiores—, y dos almohadones en L. Desde ahí querría mirarlo todo,
los poetas que me sucedieron en la lectura, un partido de la selección, la
guerra de troya.
Abrí yo.
Tiré las poesías: La de los robots, la de Descubrí, otra, otra y cerré con la
del Currículum. Me siguió Lara Greco, una chica flaquita con unos relatos
románticos, muy de entre casa, que a todos nos ablandaron el cora. A ella
@cruzeridook, no lo tenía, todos los demás sí. Disparó poesías frescas, me
sentía un perro sacudiéndose las gotas por todo el patio; poesías donde vibraba
la cultura pop de la última década. “Ahora quiero leer yo” y se levantó @bailen_giles.
Sus pelos de colores, la sonrisa sutil que se le quiere escapar de la boca.
Sacó un cuadernito tipo Avon. Muchas hojas sueltas, algunos dibujos. Cuando
eligió la poesía creció como veinte metros y desde allá arriba me arrastró con
su ritmo. No me acuerdo ni qué decía, pero cada frase era una piña de la
Locomotora Castro. Dejó de hablar y me sentí todo moreteado y en éxtasis.
Cantó @maaga_rey
que se siente extranjera en la capital; con Janis en su aura, pero no en su voz:
tiene el timbre de los ’70 argentinos, y lo cantó a Tanguito.
A Johny del
segundo bloque no llegué a sacarle el IG. Trajo canciones propias que parecían
rodar hace años entre nosotros. En el medio metió dos de Virus: “Pronta
entrega” y “Luna de miel en la mano”.
El cierre
estuvo a cargo de @poesíaafasica con ritmos desde el blues al candombe y los
recitados entre medio —el poeta hacía sonar un cuenco cada tanto—:
músicamística.
Del
@ciclolila se sale de una sola manera: a tres metros sobre el suelo, morado de
golpes en lo establecido, con ganas de más.
TEN música solidaria:
veinte canciones en argentino
22/11/2021
Como el
cartel descascarado de una botica sobre lo que ya es farmacia, queda la palabra
en inglés. Hoy, por razones que desconozco y que considero más que pertinentes,
se puso el foco en el lenguaje autóctono e incluso en romper las restricciones
que impone el nombre: TEN.
Pido una
cerveza tirada y la máquina se niega a operar como corresponde, se encapricha;
la muchacha que la maneja reniega como con un caballo tozudo, detrás nuestro la
previa ya alza las expectativas: el sol alquilado justo para el evento,
impecable; la gente preparadísima de reposeras, heladeritas y snacks; los/as
músicos/as con ansias, pero con el fresco de marea retirada: pasó el bullicio
de los ensayos; el cambio de lugar a último momento; el abandono de algún participante;
la ansiedad; la ansiedad; el agotamiento.
El Arrecifes
Automóvil Club abrió su pecho para dejarnos entrar en el Circuito Costanero
ante la imposibilidad de llevar a cabo el recital donde se había dispuesto
originalmente, el Club Náutico. Predio austero, amplio y verde, nos regaló un
Woodstock bien de acá. Las instalaciones se completaban con dos puestos para
aprovisionarse de comida y bebida; el escenario reluciente —cortesía del Centro
Vasco de Arrecifes—; los baños ahí, al alcance; la sonrisa en la puerta; nada
más.
Siempre laten
los ojitos de la crítica; yo los tengo al borde, al doblez de la vista
ordinaria, agazapados para saltar al cuello de un momento a otro. La cerveza
tibia estaba torciendo la balanza hacia un lado para nada objetivo.
En el
pasado la premisa era juntar músicos para tocar diez temas clásicos en inglés, siempre
en búsqueda de resaltar los talentos y el compromiso de los involucrados con
las causas en las que fueron interviniendo: fondos para la Escuela 501,
la Cooperadora del Hospital, el Taller Protegido.
Desde sus
inicios el TEN intenta perpetrar un delito contra la incredulidad, contra esa
bruma del «acá no se puede», misma bruma que tratamos de disipar todos los que
nos metemos en este baile de las artes. Lo logra. El TEN, con sus altibajos y
como si estuviera resurgiendo del descenso, viene una vez más a descubrir la
figura detrás del tapiz. Si en inglés no lo entendiste, ahora te lo cantamos
clarito en argentino —note que evado el «español», el «castellano»—: a la gilada ni cabida, acá hay
música para rato. Y siempre porta el contrafilo, se recauda —las mil
cuatrocientas personas que asistieron lo confirman— en beneficio, a favor, en
solidaridad y apoyo, en esta oportunidad, de la LALCEC (Liga argentina de lucha
contra el cáncer).
Con media
pinta en la mano veo subir a los presentadores Mario Zaccaría y Chicho Cisneros,
que marcaron otro hito curioso: el encuentro entre generaciones; mientras uno
recordaba con nostalgia los clásicos de Charly García y León Gieco, el otro
reflejaba su millennialidad en la preferencia de la versión de Ciro y los
Persas sobre un tema de Los Piojos. Así también el cruce entre artistas: todas
las edades convergieron en la fusiones más creativas a la hora del armado de
las bandas, porque se convocaron más de cuarenta músicos/as —en su mayoría de
Arrecifes— que se prestaron al ensamble para exaltar los veinte temas que
integraron la lista: Persiana Americana; Luna de Miel en la mano, Demoliendo
hoteles; Mil horas; No llores por mi Argentina; El fantasma de Canterville;
Rezo por vos; Tirá para arriba; Tengo; Ana no duerme; Mi perro dinamita; Blues
local; Pistolas; Rubia Tarada; Ciudad de pobres corazones; Mariposa Pontiac; Manuel
Santillán, el león; A rodar la vida; Un trago para ver mejor; y como yapa y
despedida: Puente.
Esta edición, después de las de 2007, 2012 y 2017, trajo la
propuesta de los temas argentinos, que se volvieron un chorro de agua fría contra
la calor. A un día después del festejo de la soberanía nacional y el
mismo año de los 70 de Charly y Gieco no podía ser de otra manera. Este TEN
necesitaba estar a la altura de las circunstancias y parece que su promotor, el
también músico Gusti Harman, junto a sus colegas, tuvieron la epifanía.
El alma del show y en las condiciones que ofrece vivir en una
ciudad como la nuestra me recuerdan a los recitales de las bandas que fundaron nuestro
rock, —pienso en los primeros BArock, por ejemplo—, donde habitaba ese espíritu
de compartir, subirse, mezclarse.
El vaso lo seguí sosteniendo aún vacío. No fui a buscar otro
porque tiraban más las ganas de escuchar cada canción mirando de frente, no con
el cuello torcido desde la cola del stand.
En el campo, el público expresaba un agradecimiento fervoroso
pero tímido, que fue en aumento y que explotó finalmente con Manuel Santillán,
el león, de los Fabulosos Cadillacs, cuando la gente se puso a bailar a los
saltos siguiendo el ritmo del reggae/ska; agradecimiento fundado también en la
apuesta visual y gráfica (Nicasio Estudio) y sonora (Municipalidad de
Arrecifes) que hizo la organización del evento.
Los ojitos
de la crítica se quedaron con sed. El espectáculo brilló, pero además interpeló
al público, que se permitió corear, aplaudir y hasta gritar los clásicos sin
vergüenza (en una ciudad donde nos conocemos todos).
El TEN
música solidaria, trajo la gula. Ya no nos basta, ahora que nos volvimos a
convencer vamos a querer cada vez más. Recitales, eventos, de esta magnitud
reflejan el espíritu de una ciudad que crece, que empuja, y que necesita de
esta calidad de artistas para resignificarse todo el tiempo.
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