Veinte canciones en argentino
22/11/2021
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Ph: @mati.cavallo_ |
Por Matías Bernabeu
Como el
cartel descascarado de una botica sobre lo que ya es farmacia, queda la palabra
en inglés. Hoy, por razones que desconozco y que considero más que pertinentes,
se puso el foco en el lenguaje autóctono e incluso en romper las restricciones
que impone el nombre: TEN.
Pido una
cerveza tirada y la máquina se niega a operar como corresponde, se encapricha;
la muchacha que la maneja reniega como con un caballo tozudo, detrás nuestro la
previa ya alza las expectativas: el sol alquilado justo para el evento,
impecable; la gente preparadísima de reposeras, heladeritas y snacks; los/as
músicos/as con ansias, pero con el fresco de marea retirada: pasó el bullicio
de los ensayos; el cambio de lugar a último momento; el abandono de algún participante;
la ansiedad; la ansiedad; el agotamiento.
El Arrecifes
Automóvil Club abrió su pecho para dejarnos entrar en el Circuito Costanero
ante la imposibilidad de llevar a cabo el recital donde se había dispuesto
originalmente, el Club Náutico. Predio austero, amplio y verde, nos regaló un
Woodstock bien de acá. Las instalaciones se completaban con dos puestos para
aprovisionarse de comida y bebida; el escenario reluciente —cortesía del Centro
Vasco de Arrecifes—; los baños ahí, al alcance; la sonrisa en la puerta; nada
más.
Siempre laten
los ojitos de la crítica; yo los tengo al borde, al doblez de la vista
ordinaria, agazapados para saltar al cuello de un momento a otro. La cerveza
tibia estaba torciendo la balanza hacia un lado para nada objetivo.
En el
pasado la premisa era juntar músicos para tocar diez temas clásicos en inglés, siempre
en búsqueda de resaltar los talentos y el compromiso de los involucrados con
las causas en las que fueron interviniendo: fondos para la Escuela 501,
la Cooperadora del Hospital, el Taller Protegido.
Desde sus
inicios el TEN intenta perpetrar un delito contra la incredulidad, contra esa
bruma del «acá no se puede», misma bruma que tratamos de disipar todos los que
nos metemos en este baile de las artes. Lo logra. El TEN, con sus altibajos y
como si estuviera resurgiendo del descenso, viene una vez más a descubrir la
figura detrás del tapiz. Si en inglés no lo entendiste, ahora te lo cantamos
clarito en argentino —note que evado el «español», el «castellano»—: a la gilada ni cabida, acá hay
música para rato. Y siempre porta el contrafilo, se recauda —las mil
cuatrocientas personas que asistieron lo confirman— en beneficio, a favor, en
solidaridad y apoyo, en esta oportunidad, de la LALCEC (Liga argentina de lucha
contra el cáncer).
Con media
pinta en la mano veo subir a los presentadores Mario Zaccaría y Chicho Cisneros,
que marcaron otro hito curioso: el encuentro entre generaciones; mientras uno
recordaba con nostalgia los clásicos de Charly García y León Gieco, el otro
reflejaba su millennialidad en la preferencia de la versión de Ciro y los
Persas sobre un tema de Los Piojos. Así también el cruce entre artistas: todas
las edades convergieron en la fusiones más creativas a la hora del armado de
las bandas, porque se convocaron más de cuarenta músicos/as —en su mayoría de
Arrecifes— que se prestaron al ensamble para exaltar los veinte temas que
integraron la lista: Persiana Americana; Luna de Miel en la mano, Demoliendo
hoteles; Mil horas; No llores por mi Argentina; El fantasma de Canterville;
Rezo por vos; Tirá para arriba; Tengo; Ana no duerme; Mi perro dinamita; Blues
local; Pistolas; Rubia Tarada; Ciudad de pobres corazones; Mariposa Pontiac; Manuel
Santillán, el león; A rodar la vida; Un trago para ver mejor; y como yapa y
despedida: Puente.
Esta edición, después de las de 2007, 2012 y 2017, trajo la
propuesta de los temas argentinos, que se volvieron un chorro de agua fría contra
la calor. A un día después del festejo de la soberanía nacional y el
mismo año de los 70 de Charly y Gieco no podía ser de otra manera. Este TEN
necesitaba estar a la altura de las circunstancias y parece que su promotor, el
también músico Gusti Harman, junto a sus colegas, tuvieron la epifanía.
El alma del show y en las condiciones que ofrece vivir en una
ciudad como la nuestra me recuerdan a los recitales de las bandas que fundaron nuestro
rock, —pienso en los primeros BArock, por ejemplo—, donde habitaba ese espíritu
de compartir, subirse, mezclarse.
El vaso lo seguí sosteniendo aún vacío. No fui a buscar otro
porque tiraban más las ganas de escuchar cada canción mirando de frente, no con
el cuello torcido desde la cola del stand.
En el campo, el público expresaba un agradecimiento fervoroso
pero tímido, que fue en aumento y que explotó finalmente con Manuel Santillán,
el león, de los Fabulosos Cadillacs, cuando la gente se puso a bailar a los
saltos siguiendo el ritmo del reggae/ska; agradecimiento fundado también en la
apuesta visual y gráfica (Nicasio Estudio) y sonora (Municipalidad de
Arrecifes) que hizo la organización del evento.
Los ojitos
de la crítica se quedaron con sed. El espectáculo brilló, pero además interpeló
al público, que se permitió corear, aplaudir y hasta gritar los clásicos sin
vergüenza (en una ciudad donde nos conocemos todos).
El TEN
música solidaria, trajo la gula. Ya no nos basta, ahora que nos volvimos a
convencer vamos a querer cada vez más. Recitales, eventos, de esta magnitud
reflejan el espíritu de una ciudad que crece, que empuja, y que necesita de
esta calidad de artistas para resignificarse todo el tiempo.
GRILLA DE LOS MÚSICOS - Cortesía de Gusti Harman